El apoyo
Qué difícil es crear algo de cero. Cuánto esfuerzo conlleva poner en marcha una idea que tienes y que tienes la ilusión de poder llevarla a cabo.
Cuántas lágrimas. Cuánto tiempo dedicado a ello y por lo tanto sustraído de otros campos de tu vida (hijos, familia, amigos, hobbies…). Cuántas dudas sobre si lo que haces es bueno, malo; si alguien querrá comprarlo, si sirve para mejorar la vida de alguien; si es una ensoñación infantil o si simplemente estás haciendo un esperpento.
Dinero invertido. Consecuencias imprevistas (como que empiecen a pensar de ti que “has cambiado”, que “se le ha subido” o el siempre maravilloso “sí hombre, a ése le voy a dar dinero yo para que se forre, no te jode…”). Tantas y tantas cosas, tantos matices, tanta mierda acumulada y problemas y dolores de cabeza. Qué poca compensación y qué injusto se es con quien decide CREAR algo.
Y qué poco apoyo. Qué poca gente ves que de verdad crea en ti. Esas personas que durante años dan “likes” a la publicación de la última petarda de turno, el “tronista” de moda que ha hecho noséqué, el comentario al deportista que “abre su corazón”. Y tú, mientras, cercano a tanta gente durante tantos años, creyéndote que al menos en tu círculo de influencia tendrías cierta ayuda, ves como ni si quiera comparten, apoyan, comentan o te dicen de forma digital que les gusta eso que haces, en este ridículo circo que son la redes sociales.
Esa persona que acudió a ti en su momento, con un problema serio de salud, del tipo que sea, y al que ayudaste. Tu esfuerzo puesto en mejorar, en la medida de tus capacidades y conocimientos, la calidad de vida de esa persona que sufre. La reducción del dolor continuo que padece aquella persona y a la que has explicado lo que crees que debe hacer y, una vez puesto en marcha, demostrado que ése era el camino correcto. Ese cambio de vida que has ayudado a poner en marcha y que, con cariño, paciencia, explicaciones y apoyo diario has logrado que te entiendan y comprendan que el cambio de hábitos que les proponías era lo que necesitaban. Esa sonrisa que vuelves a ver dibujada en la cara de aquella persona que llevaba años resignada a que “esto es lo que hay”.
Y siempre el dinero. Siempre la exigencia de verte negociando por rebajar el precio. Siempre la malsana e irrespetuosa costumbre de pedir al que más da, recibir lo menos posible. Que ya nos gastaremos la pasta en Amazon. En Shein. O en AliExpress. Que me han contado que te solucionan la vida. De forma proporcional, además. A mayor uso de tu tarjeta de crédito, se ve que más mejora tu vida. Y tal.
Qué fea costumbre en este país que tanto aman algunos y que tan poco defienden otros, de no apoyar a quien lo intenta. A quien crea. A quien hace cosas que potencialmente ayudan a los demás. Qué terrible sino depara al arriesgado, valiente y capaz. Pues si de algo puedes estar seguro en este bendito país de Caínes acomplejados, es de que te convertirás en la comidilla de corros de incapaces que intentarán desmerecer (incluso destruir), todo ese trabajo que ellos ni si quiera son capaces de poner en su imaginación. Porque habrás pasado al “lado oscuro”, ése en el que querer construir algo en este país, te pone en la mirilla del arma, y no en el cuadro de aquellos a quien parecerse.
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