Ahora, apaleadme
El fanatismo nunca es positivo. Los extremos nunca son una solución a nada. Un posicionamiento moderado es capaz de hacer llegar al consenso. Posturas que difieren pero que llegan a un acuerdo cediendo cada parte un porcentaje concreto de sus postulados. Así es como se llega a un punto debatido en común donde nadie está totalmente insatisfecho pero donde tampoco nadie consigue imponer todo su discurso de modo desigual.
Y eso es este feminismo radical y tan tóxico del que hablo. Habéis tenido en las líneas anteriores buen ejemplo de lo que en realidad es. Un ideario hipócrita que solo ensalza una de las partes, abocando a la otra parte a ser apaleada dialécticamente si estás en desacuerdo. Una ceguera moral en la que si estás en desacuerdo llegará a utilizar las herramientas a las que tanto condena en su discurso histriónico, como la violencia. Da igual convertirte en lo que denuncias. Se levantará más la voz para que las hagan casito. Porque esto es evidente que no va de buscar la igualdad, si no la superioridad. Va de imponer mi criterio y que sea reconocido, alegando un rencor y una sed de venganza propia de la bajeza moral más pueril. Va de que esta gente en realidad es exactamente igual que la basura de nazis, fascistas y ultracatólicos que en otra época sometieron a la ciudadanía. Son censoras. Son quienes quieren dictar lo que es válido y lo que no desde su religión fundamentalista. Es la infame incapacidad de reconocer valores y principios decentes en la parte enemiga. Porque hablan en términos castrenses. Esto es su guerra. Su guerra santa. Pero también es la incapacidad de madurar de demasiadas adultas pasadas de vueltas.
La inmadurez del niño de recreo que posee la pelota y no quiere dejar jugar a los que no les gusta. La infantilización del argumento. Otro ejemplo más de esta sociedad cada vez más infantilizada de la que hablaba muy a menudo en sus columnas Javier Marías.
Y no van a escucharte en nada de lo que tengas que decir. No te dejan participar del debate. Me lo han dicho literalmente. Un hombre no es bienvenido en esos debates. Ya nos han escuchado mucho, alegan. Por lo que solo hablan ellas. Foros donde no se escucha algo que no quieran oir. Sesgo de confirmación lo llaman. Y es evidente que este mundo es machista. Quien no lo quiera ver o difiera de esto, es un trasnochado con una falta de luces preocupante y un miedo infundado a que le descubran su infamia y lo miserble de sus creencias. Hay que mejorar el comportamiento de esta sociedad con las mujeres. Existe desigualdad y se debe avanzar para buscar un punto de equilibrio. Obvio. Pero no así. No desde el púlpito de las creencias radicales que quieren imponer, cual sacerdote desfasado, con sus dogmas a golpe de rabia y basados en el rencor y el más puro odio al hombre. Yo soy hombre. Y vosotras, feministas radicales, me habéis maltratado (o al menos, una de ellas. Yo es que infiero muy rápido).
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