Historias de héroes II
- ¿Qué tal estás, abuelo?
- Bueno, hijo, ya sabes. A estas edades todo son achaques; uno días mejores, otros más estropeado.
- Abrígate bien. Estos días está haciendo bastante frío.
- Casi no salgo de casa, hijo. Me paso el día en el salón, echando leña en la estufa cada dos por tres, y viendo el parte- el anciano tosió al acabar la frase.
- Vaya tos, abuelo. A ver si has cogido un catarro.
- Llevo unos días así. Este frío de febrero se me ha metido en los huesos, incluso estando en casa. No le está yendo nada mal a Esteban. Solo con mis “juanolas” le estoy sacando adelante la farmacia.
- Pues dile al tal Esteban que te lleve las pastillas a casa, ¡y todo lo que necesites! Al menos, que sea buen vecino, que con la edad media del pueblo, solo con sus medicamentos, va a pagar la universidad a sus hijos.
- No, no, hijo. Si él se ofreció el otro día a traerme los medicamentos a casa. Pero le dije que si ni siquiera salía de casa para eso, me iba a “apolillar”- el anciano volvió a toser-. Por cierto, volviendo de la farmacia me encontré con Matías; también andaba con toses. Y me dijo que su mujer también. Una semana llevaban ya así. Parece que es tiempo de catarros.
- Pues claro, abuelo, es época de gripe, y está haciendo frío. Ya dijeron que este año la gripe iba a ser dura. Es lo normal. Tú cuídate bien de descansar y estar bien calentito.
- Sí, sí, hijo, si eso hago… Por cierto, en la tele no hacen más que hablar de no se qué virus. Unos dicen una cosa, otros otra, ya no sabe uno qué pensar de estas cosas. Esas gentes de la tele siempre hacen lo mismo.
- Eso no es más que una gripe típica, abuelo. No te preocupes por ello, ni hagas caso a lo que dicen en la tele. Eso es simplemente para ganar más audiencia y dinero.
- Ya, ya, hijo… bueno, no te entretengo más, que tú tendrás que hacer tus cosas.
- Adiós, abuelo, que vaya bien.
- Adiós, hijo. Da recuerdos a Lucía.
Siempre que colgaba, se quedaba con la misma sensación. Por qué nunca decía un “te quiero” a su abuelo, si está claro que le quería. Le ocurría lo mismo con su familia. No era de decir palabras cariñosas, no tenía expresiones de amor para con los suyos. Su estilo era de llevarlo por dentro. Por supuesto sentía aprecio y cariño por los suyos, aunque no lo expresase. No obstante, siempre que se relacionaba con ellos, en su interior sentía lo mismo; ¿sería capaz de vivir sin ellos? Es decir, ¿se habría centrado tanto en sí mismo que si algún miembro de su familia desaparecía no sentiría excesiva pena? ¿Era un ser demasiado egocéntrico?
Desechó tales pensamientos con tanta facilidad, que si se hubiese parado a pensarlo profundamente, habría sentido un escalofrío. Pero no lo hizo, y como dijo su abuelo, se puso a hacer sus cosas.
Los italianos vendrían en un par de días, y tenía que tener la reunión bien preparada. Había un buen contrato de por medio. Si todo salía bien, ese sería un buen año. Le había costado arrancar con su pequeño proyecto empresarial, pero poco a poco y con mucho esfuerzo (e interminables noches de trabajo), había conseguido que las cosas empezasen a funcionar, relativamente. Debía concentrarse en ese momento y no dejar ningún fleco suelto. Sí, ese sería un buen año.
Hacía una semana que los italianos habían venido y habían estado negociando acerca de aquel contrato tan interesante (sobre todo en lo económico). Seguía sin obtener una respuesta, tal y como habían pactado, y eso le estaba empezando a inquietar. En su forma de verlo, no era necesario tanto tiempo para pensarlo. El contrato favorecía a ambas partes.
Decidió que iría a la oficina antes de lo habitual, por eso estaba levantado más temprano de lo normal. Creía que los nervios los llevaría mejor rodeado de todas las cosas del trabajo. No terminaba de acostumbrarse al teletrabajo. Por un lado era cómodo: te despertabas en tu lugar de trabajo. Pero por otro lado, existían demasiadas distracciones: su mujer, el bebé, el frigorífico…
Se puso el abrigo, y fue a colocarse el fular que le regaló su mujer las pasadas navidades (un elegante aunque nada barato Armani), cuando sufrió un pequeño ataque de tos. En ese momento, se acordó de su abuelo. Hacía más de una semana que no lo llamaba. Decidió que al mediodía, antes de comer, le llamaría, y salió al portal, rumbo a la oficina.
Nunca más volvieron a hablar.
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