Historias de héroes I
Tampoco es que estuviera cansado, era otra cosa. La vida era diferente. Lo notaba al salir de casa, viendo las calles vacías. Lo notaba trabajando; el estado de humor de todos era extraño. No estaba cansado. Quizás harto, pero no cansado. Echaba de menos la rutina. La de antes. Hasta echaba de menos los atascos, como dijo alguna vez algún personaje público. ¿Que le pasaba el mundo?
Se levantó de la mesa de la salita de descanso, aun con la taza de café en sus manos, barruntando estos y otros pensamientos similares. Se acercó a la puerta de la sala. Se detuvo frente a ella, como cuando das al pause en Netflix. Suspiro profundamente (“eso es que estás enamorado”, habría dicho su abuela), llevó su mano al pomo de la puerta. En ese brevísimo momento fue consciente. Gestos cotidianos, sin significado alguno en el día día de una vida normal. Ahora daban de qué pensar. ¿Había cambiado el mundo?
- Su estado es crítico -dijo el enfermero.
Eso quería decir que debía decidir. ¿Alguna vez se prepara alguien para una decisión así? Los recursos eran escasos. El realismo era en esos momentos la ideología que debía regir el mundo. “¿Quién coño soy yo para decidir que su vida está sentenciada?” Y sin mostrar la más mínima duda en su semblante, sin dejar entrever sus sentimientos, hizo un leve gesto con la cabeza al enfermero. No hacía falta mayor confirmación.
- Ha muerto -le dijo su compañero.
Ni siquiera un apretón en el brazo, expresando un lo siento. Solo una mirada llena de cariño y comprensión. Debían ser responsables. Sabía lo que esas dos palabras significaban. Sabía que no habría duelo. Sabía que no habría dolor compartido de la familia, contando anécdotas del pasado. Simplemente, su madre había muerto. ¿Se derrumbaba el mundo?
Aparcó justo en la puerta. “Una de las ventajas de todo esto”, pensó con una sonrisa irónica, casi macabra. No había sido un buen día. Últimamente no había días buenos. Suspiró profundamente, llevo su mano al tirador de la puerta del coche (de nuevo ese pensamiento). Bajó lentamente. Cada segundo respirando aire puro había que saborearlo. Ese día decidió subir por las escaleras, por hacer algo de ejercicio. Llegó hasta la puerta, sacó las llaves, entró.
- ¡Papá! -las voces de sus dos hijas sonaron al unísono. 2 y 4 años.
Y entonces lloró.
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