Los Otros
Tuve claro cómo iba a matarme.
El problema era dejarlo todo bien ordenado y sin cargas, dado que no quería que mi hijo tuviera problemas futuros. Sí, eso estaba bien planeado. Muerto, pero ordenado.
Tanto sufrimiento personal me había llevado a esa terrible decisión. No por gusto, claro. Por rendición. Hacía tanto que no sentía ni la más mínima brizna de felicidad... que lo que me provocaba felicidad era pensar en no estar. El amor se me había escurrido como la clara de huevo al separarla de la yema; casi casi lo tienes, pero al final se precipita y no puedes hacer nada por evitarlo. La familia no había estado presente. Bueno, sí. Para reproches, reparto de culpas, recuerdo de errores, petición de explicaciones. Delicioso.
Así que la depresión parecía la menos grave de las consecuencias. Normal. Comparado con el suicidio una “simple” depresión se puede tratar con drogas. Legales (o no), pero a fin de cuentas, vivir medicado. Uno más que sumar a la lista de muertes por suicidio que parecía ir creciendo desde la pandemia.
¿La salud? Entiendo que me preguntes por la física. La salud mental no se trata de forma tan abierta. O al menos no se pregunta de forma tan poco respetuosa como por los problemas físicos, más visibles. Pues mal, como era de esperar. Dolores, por todo el cuerpo. Problemas digestivos que me impedían digerir bien los alimentos. Cólicos de gases. Sangrados (iba a decir anales, pero... ¡joder, Me sangraba el culo!). Al final, pasar de un especialista a otro para la misma respuesta: está usted bien, sano. Claro, es que el problema no era ese. La somatización de los problemas psíquicos es lo que tiene. Que a cada uno le sale por un sitio.
Y el trabajo. ¡Ay el trabajo! Mi empresa, mi esfuerzo, mis horas. No es nada extraordinario. Simplemente otro ciudadano ahogado por las deudas, maltratado por una Administración pública que castiga a aquellos que intentan emprender y crear algo desde cero; que intentan sacar su parte arrancándotelo de tu trabajo, tu esfuerzo, tus horas de sueño no disfrutadas... para pagarse sus juergas, sus vidas por encima de los demás, las drogas para ponerse eufóricos y perder los papeles, las casas lujosas y el modo de vida que siempre soñaron.
Me doy cuenta de una cosa mientras escribo. Me siento Gerard Butler en Un ciudadano ejemplar. ¿Es todo culpa mía? ¿O soy víctima? Yo tengo la depresión. Yo he sido abandonado por todos mis seres cercanos. Soy yo a quien me sangraba el puto culo. Yo he sido maltratado por los funcionarios de una Administración corrupta y represora. ¿Soy yo el que se va a matar? No exactamente. Pero sí dentro del mismo verbo.
Así que sí, voy a matar. Pero no será mi paladar el que saboreará el plomo. Ese placer se lo pienso regalar a otros. Los voy a matar. A los otros.
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