La sharía moral española

Existe una tipología de infame y miserable ser humano que se empeña en asomar la cabeza mucho en estas épocas electorales. Y es para lamentoso agravio social comprobar que ciertamente es un reflejo de los que votamos; el pueblo llano. 


Se trata de guerreros (y guerreras…) morales que proclaman sin despeinarse lo que yo he venido en llamar como he titulado este artículo: La sharía moral española. La sharía se podría definir como “ley de la religión islámica que recoge el conjunto de los mandamientos de Alá relativos a la conducta humana”. Por lo tanto, en mi personal interpretación, a lo que me refiero sería algo así como “ley española que rige los principios éticos e inquebrantable moral de la persona de bien por la parte de los cojo…”. Entiéndase la ironía. 


Todo esto me viene por un caso visto en estos últimos días en la vil prensa española, que es el principal factor de polarización nacional actualmente. No obstante se pueden ver casos en todas partes, ámbitos profesionales, sociales y personales, y con todo tipo de personas y de la amplia gama de las ideologías. El caso en cuestión es el de una tipeja, creo que candidata (si no es así me da igual; no voy a buscarlo concretamente), de Vox, en alguna población madrileña, si no me equivoco, detenida por tráfico de drogas y blanqueo de capitales. Hasta ahí todo correcto. Una pobre ciudadana más intentando llevar sustento a su casa con el desempeño que ha creído más útil a tan sagrada encomendación divina. Lo peculiar y que me ha llevado a escribir estas líneas es que esta tipa (permitidme el desprecio), se mostraba como ferviente defensora de la gente de bien, acusando a los malditos inmigrantes y forasteros de traer la delincuencia a España, y más específicamente a su población, las drogas y todo tipo de actividades ilícitas. Malditos extranjeros que vienen a delinquir. 


Es casi simpático el asunto. Pero refleja perfectamente esas maneras ya clásicas del español que proclama ciertos principios, ideas y leyes morales mientras cuando no le ven actúa exactamente de manera opuesta, atentando contra sus propios mandamientos proclamados de forma casi histriónica. La racista que acusa a los inmigrantes de traer drogas mientras es ella la que tráfica. Los hombres de bien católicos que acuden a misa sin faltar a escuchar las enseñanzas de Dios y que llenan los prostíbulos cuando se juntan con sus “socios”. Los comunistas que luchan contra la propiedad privada, el liberalismo económico pero que cuando reciben una herencia oye, que me estás contando, este dinero es mío solo y puedo hacer lo que quiera con él, como comprarme una mega casa. Los que reparten los carnets ideológicos (sean del lado que sea) porque ellos (ellas) han redactado los 10 mandamientos que has de cumplir y ni si quiera cumplen el primero. Las feministas para las cuales solo existe su forma de entender el feminismo (si no piensas igual no vale tu forma de pensar), la igualdad y los derechos parejos entre hombre y mujer pero odian al hombre y hasta lo explican abiertamente en revistas y periódicos. Los que vociferan entre espumarajos contra los (y cito) “putos moros que vienen a quitarnos el trabajo” pero mientras buscan todas las ayudas sociales, paro y cualquier ingreso que papá Estado pueda darme para no dar palo al agua. Los políticos que acusan a jóvenes de vagos, no querer trabajar, exigir demasiadas condiciones (sus carreras no han de ser compensadas con un buen sueldo, sabe usted…), soliviantarse por querer vivir conciliando vida personal y laboral, y que resulta jamás han trabajado en empresa privada conocida. Ni pública. Informe de vida laboral a 0. Gran olfato profesional que les hizo afiliarse a las juventudes de un partido e ir trepando puesto a puesto hasta tener sueldo y contactos privilegiados. 


Bueno, son varios ejemplos para mostrar a lo que me refiero. Seguro que podrías aumentar la lista de forma casi interminable (házlo en los comentarios, y nos divertimos un rato). Y es que en esta infantilizada sociedad, digitalmente preocupada por su reputación, valen más los slogans, frases contundentes, “zascas” que la coherencia entre tus pensamientos y tus actos. Ahora todo es marketing. Se trata de vender lo que quiero. No de hacer lo que digo que vendo. Eso para los pobres y tontos compradores. En este caso, de ideas, de principios, de moral, de comportamiento. 


Quizás un entorno más reflexivo, pausado, calmado y con menos estímulos externos que hagan que nuestras mentes dejen de mirar hacia dentro, haría precisamente lo contrario. Explorar en nosotros mismos qué somos y quiénes somos. Y quizás también con ello sentiríamos la prudente vergüenza de no verbalizar azoradamente aquello que en nuestra intimidad, anonimato o sombras sociales cometemos. 


Puede que así fuésemos más compasivos con los otros, porque puede que así entenderíamos que lo que ha hecho el otro y no parece ser positivo, es aquello que nosotros también habríamos hecho de tener la oportunidad. 


Y al final se trata del perdón. A ti y a los demás. Con el mismo desenlace que suelo acompañar mis últimos textos. 


Relájate. Baja pulsaciones y mira con más tranquilidad todo. 


No vayas a hacer el ridículo como otros…

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